lunes, 25 de agosto de 2008

LLUVIA NEGRA

Escuché el crujir de las hojas y las ramas contra la tierra húmeda bajo el peso de las pisadas de los hombres acercándose a mi lecho. Luego los ví, tan altos como dos montañas, sus diminutas cabezas de insectos recortándose en el azul temprano del cielo. Sus botas inmensas tan próximas a mi rostro, las mangas caqui de sus pantalones ascendiendo largamente hasta la cintura, y la camisa caqui mucho más lejos todavía.

Aquella visión inconmensurable me oprimía el pecho; mi corazón golpeaba acelerado y mi cuerpo todo se enervaba de angustia, máxime cuando yo sabía qué hacían allí y para qué habían venido.

En las manos rudas y alargadas traían las palas y sus miradas pasaban sobre mí sin detenerse, sin mirarme siquiera, como si yo no estuviera allí.

Entonces se inclinaron sobre el montón de tierra acumulada junto a mi lecho y empezaron a arrojar las paladas de tierra que empezaban a cubrir mis piernas.

Apoyándome en los codos con un esfuerzo inmenso, pude incorporarme un poco para ver cómo la tierra iba cubriendo paulatinamente mis extremidades; miré con desesperación en derredor tratando de encontrar algo a qué asirme, algo que pudiera salvarme.

Los hombres no parecieron notar mi agitación, mi desesperación. mi angustia, sus rápidos moviemientos me iban cubriendo de barro revuelto con hierbas, raíces, hojas descompuestas.

Un golpe de tierra cayó sobre mi rostro y gemí tratando de llorar; otro golpe me llenó la boca, la nariz, los ojos; pensé en mi madre, en mis hermanos, en los quinientos siglos de historia sepultada bajo la lluvia de lodo.


*Publicado en: Voies d'encre. Numero 20. Automne 2006
Revue littéraire de création. Chemins du Monde.
33140 Villenave d'Ornon France.


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